Fui tantas veces, personas que no quise ser.
Cometí tantos errores que me dieron años de aprendizaje.
Me transforme mil veces y lo haría mil veces más.
Descubrí que la simple claridad mental te da todo lo demás.
Descubrí que la atención plena, el mindfulness, te da esa claridad mental.
Me herí, me lastimé, me dañé. Pero todas esas veces me reparé.
Me caí, decepcioné y lloré, pero tantas más veces, acerté, perdoné, y di lo mejor de mi. Hoy integro con amor, cada parte de mí. La luminosa y la oscura. La que me enamora y la que si no estoy atenta, tiendo a rechazar.
Hoy soy quien quiero ser. No porque ya haya logrado todo lo que me propuse ni porque haya llegado a donde quiero, sino porque aprendí a mantener congruencia entre mis pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. Aprendí a despejar mi mente de pensamientos rumiantes, intrusivos, enjuiciadores y negativos. Aprendí a escucharme y sentirme. A darme cuenta de las cosas. A ver aquello que no es evidente, aquello que está en lo profundo. Aprendí a amigarme con cada parte de mi; a que mi adulta interior abrace y consuele a mi niña interior cada vez que lo necesite. A que mi niña interior le recuerde a mi adulta que juegue y se divierta, cada vez que lo necesite.
Hoy entiendo la vida desde una perspectiva preciosa, consciente de que la perspectiva la elige uno y la vida responde con eco a ella, devolviendo con abundancia la energía que le demos.
Hoy entiendo que no se trata tanto de llegar a ningún lado, aunque eso esta bien como parte del juego, sino que se trata más de convertirnos en aquello que hemos venido a ser, para poder dar todo lo que seamos capaces de dar a la vida.
Hoy entiendo que de nada nos sirve ir por ahí dormidos, anestesiados, evitando el dolor, corriendo atrás de los deseos del ego o de las gratificaciones inmediatas. Es perder el valioso, bendito y limitado tiempo que tenemos en esta vida.
Hoy entiendo que estamos acá para sanar, para descubrir el amor real y que está latente en todo, para descubrir que detrás de la humildad hay sabiduría e infinitas puertas que se abren, para ser felices, íntegros, genuinos, y para honrar aquello que hemos venido a ser y aportar a este mundo.
Desde hace muchos años mi único deseo es ser libre. Libre de pensamiento, libre de condicionamientos y patrones inconscientes, libre financieramente, libre de tiempo. ¿Libre para qué? Eso hace poco lo entendí. Libre para ser quien he venido a ser. Sin que nada me lo impida.
Es una cárcel divina el sistema en el que vivimos, que nos ordena. Nos dice lo que podemos o no hacer como humanos, lo que debemos o no hacer como civiles. Lo que está bien, lo que está mal. Lo que podemos obtener, a lo que podemos aspirar y lo que debemos esperar. Incluso de los temas que debemos hablar, lo que debemos aprender y enseñar, lo que debemos consumir y lo que debemos perseguir.
También veo como una cárcel divina los desafíos a los que nos enfrentamos y el dolor al que cuesta hacerle frente sin herramientas adecuadas, de manera que instintivamente intentamos evitar. Cuando digo herramientas adecuadas, no puedo evitar pensar de nuevo, que la primera y la más esencial, es la conciencia plena, ya que es la que le otorga espacio a todas las demás. Luego de esta y como consecuencia, está la capacidad de percibir y ser amor. Cuando hay silencio, paz, presencia, lo que surge es el amor y la alegría natural del ser. Lo verdadero y lo real. Cuando el amor, la verdad, surge, no hay lugar para el miedo. A veces puede haber dolor, es parte natural de la vida. Si lo entendemos sin victimizarnos, nos daremos cuenta de que hay amor incluso en el dolor. Dolor no es sufrimiento. Dolor es una reacción a algo, que viene a enseñarnos, a despertar algo más grande y mejor en nosotros. Sufrimiento es quedarse “enganchado” al dolor, no soltarlo, no dejarlo ir. El dolor lo puede sentir el ser, el alma, mientras que el sufrimiento sólo lo puede sentir el ego, la mente. El ego, es además un bendito maestro que nos invita a sufrir para poder despertar.
Considero que las cárceles divinas son para que podamos despertar, para que nos queramos liberar y decidamos transitar el camino que nos lleve a liberarnos. Liberarnos de todo lo que causa sufrimiento. Liberarnos de las opresiones, los mandamientos, los juicios, las adicciones, las creencias, el miedo, el odio, las imposiciones, y de todo aquello que no cuestionamos por tenerlo naturalizado y nos está limitando.
Liberarnos de todo aquello que genera sufrimiento, a nosotros mismos y a los demás, que es lo mismo.
Liberarnos es lo que el alma clama y pide en cada oportunidad.
Lo primero y único que debemos hacer para empezar es escuchar. Parar, sentir y escuchar. Y aunque haya miedo, confiar. Al detener el bullicio mental, los juicios, y todo aquello que el querido ego nos cuenta, podremos percibir la verdad detrás de todo: el Amor.
Es un camino que puede tomarse o no.
Es un gran proceso que requiere consciencia, valor y determinación.
Es un largo viaje, pero es el viaje de la vida. Y cuando te das cuenta, entiendes que el único momento para hacerlo es ahora.
El viaje de ahora, es el que te invito a transitar.